Como mis (escasísimos) asiduos lectores bien saben, desde agosto entro a trabajar a las siete de la mañana y eso representa un horror cotidiano. Siempre he odiado despertarme y sostengo con vehemencia que las clases de siete de la mañana deberían estar prohibidas por la CNDH. Mis alumnitos se salen de la cama para estar a las siete de la mañana sentaditos en su lugar pero definitvamente no despiertan hasta después de las siete y media en el mejor de los casos. Las clases que doy a las siete son un auténtico monólogo lo cual resulta absolutamente incompatible con la orden de callarme recibida de un frustrado jefe hace un par de semanas.
Pero ya me desvié, lo que quería contar era un bonito episodio de la semana pasada, justo a tiempo para librar el cambio de horario, que me hizo darme cuenta de todo lo que me puedo perder levantándome a la hora que acostumbraba hasta el verano.
Una de las cosas que más me gusta de la ubicación de la universidad y la prepa es la extraordinaria vista de los volcanes en los días claros de invierno. Un día de la semana pasada iba llegando a la zona de la prepa justo cuando empezaba a clarear y alcancé a ver cómo la luna llena se metía entre el Popo y el Izta nevados. No encuentro cómo expresarlo sin recurrir a lugares comunes o cursilerías así que lo dejo a la imaginación de mis lectores.
2 comentarios:
Dudo mucho que sean escasísimos tus asiduos lectores...
...look closer...
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