martes, 5 de agosto de 2008

turista por un lunes

Me levanté a las nueve con la firme idea de ir al museo. Desayuné acompañada solamente por 62 (/modelo para armar) y cuando regresé a mi cuarto encontré un mensaje en que se me informaba que o y a iban a estar fuera todo el día. Me puse bloqueador y salí a caminar hacia el museo. Entré al Royal Ontario Museum a las once de la mañana, los 22 dólares que costó la entrada me pareció excesivo pero me consolé con el argumento de que otro día recorriendo las calles de Toronto iba a significar más tiendas y más gasto.

Desquité el boleto todo lo que aguantó mi cuerpo. El museo me gustó, colecciones aparentemente disímiles pero con un extraordinario trabajo de museografía. Como el lunes 4 fue día feriado en Canadá (no tengo idea por qué), el museo estaba lleno de familias. Descubrí que hay dos particularmente taquilleras y que estaban llenas de niños asombrados: la de paleontología y la de Egipto: Dinosaurios y momias, estereotípico y encantador. A las cuatro me faltaba piso y medio por recorrer y empezaba a sentir el cansancio. Salí del museo cuatro y media después de recorrer con muy poco detenimiento la zona de China, Corea y Japón y resignándome a no ver siquiera ninguna de las exposiciones y salas del sótano.

Caminé por Bloor buscando donde comer y concluí que entre Chanel y Hermes no habría demasiadas opciones dentro de mi presupuesto (o para ser más exactos el de la uni) así que me resigné a volver a comer en Starbucks. Justo al entrar me acordé que por ser día feriado todo cerraría otra vez a las seis y quería buscar un par de cosas que no había encontrado el domingo. Comí un sándwich frío y salí a un par de tiendas más. Cuando cerraron, decidí aprovechar el resto de la tarde: caminé a Old Town Toronto y, sentada en una banquita afuera de la catedral de St. James caí en la cuenta de tres cosas: había pasado seis horas sin sentarme, llevaba 29 horas sin hablar con nadie –con razón había estado tan platicadora en las últimas dos tiendas– y llevaba dos días en Toronto y no había visto el Lago Ontario. Haciendo un enorme esfuerzo me paré y seguí caminando (ya me pesaban terriblemente los kilómetros de caminata y las horas de pie). Llegué a la orilla del Lago, comprobé que no había escogido su punto más agraciado y regresé hacia el metro más cercano porque o me había dicho en el recado de la mañana que nos viéramos a las nueve para ponernos de acuerdo para el martes.

Descansé un rato y salí de la residencia muerta de hambre pero con la intención de cenar algo sano. Un lugarcito de pastas y ensaladas que había visto más temprano estaba cerrando en ese momento y seguí caminando a pesar de llevar dos horas convencida de que no podía dar un paso más. Me rehusé a entrar a subway y a los changarros de pizza por rebanadas. Quería algo sano y nutritivo, acabé cenando un gran bowl de arroz con verduras y tofu a la plancha en salsa de miso en un restaurant vegetariano, orgánico, de comercio justo, naturista… Misión cumplida, quizá incluso demasiado. Por cierto, aprendí otro dato más de esos inútiles que colecciono: ya no basta con que el vino sea orgánico, ahora hay vino (y seguramente no sólo vino) biodinámico se usa composta homeopática y se toman en cuenta los ciclos lunares y la posición de las estrellas durante su producción… ¿qué sigue?

1 comentario:

ANTAR dijo...

Y hoy????-...

SALUDOS