miércoles, 14 de julio de 2010

el retroceso de martín romaña o recuento parte uno

Sumándome a la época de recuentos y evaluaciones, tan naturales al terminar ciclos, he decidido hacer un recuento de cómo he crecido en estos tres años en la prepa.

El primer cambio que me parece evidente tiene que ver con lo que, a falta de un sustantivo más adecuado (y porque me niego a considerarme asertiva, odio esa palabra), llamaré aplomo. Mi problema no suele ser no saber qué quiero, de hecho soy bastante decidida y una vez que logro ponerle nombre a las cosas, sé que no hay manera de hacerme tonta. Mi problema durante mucho tiempo fue mi incapacidad patológica para decir claramente qué quiero. Esto parece paradógico, pero mi ya famoso complejo Martín Romaña lo explica muy bien.

Martín Romaña es el protagonista de los Cuadernos de navegación desde un sillón Voltaire de Bryce (que incluyen La vida exagerada de Martín Romaña y El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz). Una de las principales características de su personalidad es un miedo patológico a dar molestias que lo lleva continuamente a situaciones límite por no haber expresado a tiempo lo que quería o lo que necesitaba. Mi complejo Martín Romaña es mi propio miedo patológico a dar molestias que me ha llevado también a situaciones extremas que, afortunadamente, suelen ser un poco menos disparatadas.

Pues bien, mi Martín Romañismo me ha llevado a que la mayor parte de mi vida haya esperado que otros tomaran las decisiones. Esto ha cambiado radicalmente en los últimos tres años. Ahora, cuando sé lo que quiero suelo decirlo con claridad y cuando veo que nadie está tomando la iniciativa la tomo yo, proponiendo o decidiendo según sea el caso. A veces trato de frenarme porque parte de mi siente que mis decisiones suelen ser autoritarias, pero otra parte de mí sabe que es necesario que alguien decida y que, en general, no está mal que ese alguien sea yo.

1 comentario:

plm dijo...

mi martinromañismo consiste en recordar que pío baroja es un autor apropiado para la playa y a costa de eso catalogar todo lo que leo como lectura seria, o bien, de playa.