a veces, me gusta creer que soy una persona sofisticada de opiniones complejas y gustos cosmopolitas. y sí, quizás lo sea en algunos casos, pero tengo que reconocer que en realidad soy amante de los placeres sencillos: de las tardes de café, lluvia y música; de los días enteros de lectura; de los tres minutos que puedo arrancarle carcajadas a un niño de casi dos años; de las largas conversaciones con unos pocos amigos y en grupos pequeños.
me encantan los chicharitos así, sólo con un poco de sal; los huevos rancheros (a los que denomino, con un guiño bien consciente, desayuno de campeones, pocas cosas me hacen más feliz que una quesadillas con salsa de chipotle. el agua mineral, de tehuacán, no las ridiculeces ésas de agua traída del otro lado del mundo; la cerveza oscura democráticamente en su botella.
adoro el viento, el eco, el aire limpio; pero también las carreteras, el ruido, la vida de las ciudades.
¿qué hace que lo sencillo resulte tan atractivo? no puedo ni quiero contestar en general, simplemente diré por qué me gusta tanto: porque no me cansa, no me produce sobresaltos, no me genera. me provoca una sensación de familiaridad, de pertenencia, de identificación.
las cosas simples me hacen bajar la guardia y sentarme en el suelo, de chinito, a ver la vida pasar.
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