Hace mucho tiempo que digo que dar clase no es un concurso de popularidad. Si como profesor haces las cosas para que los alumnos te quieran o no te dejen de querer estás en serios problemas. La gente es muy hábil para detectar que esperan los otros y para darles por su lado. Los grupos de adolescentes en particular reconocen de inmediato las motivaciones de sus profesores y las suelen usar en su provecho. El profesor que busca que los alumnos lo quieran genera un juego del que él mismo es la víctima. Los alumnos se aprovechan de su fragilidad y lo manipulan. Se dedican a darle por su lado, a hacerle la barba y a evitar a toda costa trabajar seriamente.
Yo estoy plenamente reconciliada con la idea de tener una personalidad polarizadora. No sé si ha sido parte de mí siempre o si es algo que he desarrollado en los últimos años, lo que sí me queda muy claro es que logro causar reacciones fuertes en la gente. Y sí, hay mucha gente a la que le caigo mal, creo que ya he escrito del tema y no es algo que me quite el sueño. Pero muchas veces la reacción va mucho más allá de un simple caer mal y algunos realmente me odian.
Hoy me enteré que a alguno de mis alumnitos del semestre pasado le caigo verdaderamente mal y desde que lo supe estoy verdaderamente intrigada, me urge averiguar quién es. Y no es por un afán de revancha o algo por estilo, es más bien por morbo. ¿Ya les había dicho que el odio me parece halagador?
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