jueves, 17 de diciembre de 2009

El primer día en el kinder

Mi primer día en el kinder lo recuerdo muy bien. Lo recuerdo extrañamente mejor que el primer día de primaria o de secundaria, quizá incluso mejor que el primer día de prepa.

Tenía tres años y llevaba varios meses suplicando que me mandaran al kinder pues ya me sentía grande y no tenía el menor interés de quedarme en la casa con los bebés. En ese momento, mi casa era un duplex y en el piso de abajo vivían un primo de mi papá, su esposa y su hijo Billy, que tenía exactamente mi edad. Los dos entramos al mismo kinder el mismo día. Su mamá y mi mamá fueron juntas a dejarnos. Yo estaba muy emocionada, por fin era grande, por fin iba al kinder con mis primos mayores (entonces iban al mismo kinder 5 ó 6 primos hermanos míos). Llegamos juntos y nuestras mamás nos fueron a dejar hasta el salón que estaba como a cuatro larguísimos metros de la entrada. Nos tocó con la Seño Teté. Nos sentamos en una mesa y las mamás se despidieron. En el momento en que se fueron, Billy empezó a llorar con auténtica desesperación, me acuerdo como si lo estuviera viendo, se ponía rojísimo y abría mucho la boca, también era muy estridente. Yo lo veía con incredulidad mientras pensaba "este pobre es idiota, no sabe que al rato van a regresar por nosotros". Billy lloró todo el día y siguió llorando muchos días más. Cada día mi incredulidad crecía más ¿por qué seguía llorando? si no había funcionado el primer día ¿qué le hacía pensar que podía funcionar el quinto o el sexto? ¿no se cansaba? ¿no se daba cuenta que el kinder era mucho más divertido que estar en nuestras casas, había mucho más gente, éramos oficialmente grandes? Esa sensación me persiguió durante muchos años y en otro momento contaré otros momentos en que la experimenté con toda claridad.

El recuerdo más claro de mi primer día de primaria es que me sentía verdaderamente frustrada porque, como mis compañeras no me conocían, estaban empecinadas en que había reprobado año. Parecían ser incapaces de entender la posibilidad de que alguien entrara al Colegio en primero de primaria. En aquellos tiempos el colegio tenía lista de espera y era muy raro que alguien llegara o se fuera.

Creo que los dos factores comunes cada vez que empiezo una nueva etapa son la emoción y la incredulidad ante la estupidez de los demás. Me encantan los comienzos y odio los finales, son los finales lo que siempre me ha dado ganas de llorar.

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